sábado, 23 de mayo de 2009

El Inca vive

Lo atendió como lo hacía con todos. Con la mirada a los ojos del otro, fuerte, blanda, comprensiva a la vez. Estaba acostumbrada a la tez morena, al olor de la leña o el carbón que salía de las ropas inimaginablemente limpias y planchadas, a su trato amable y el de los que venían a la consulta. Siempre primaba el buen gesto, porque ella siempre se adelantaba con una sonrisa.
Ya lo había detectado un día, sentado en un pilar, mirándose las manos, las zapatillas que pedían otras y con esa tristeza en los ojos brillantes que dan la pobreza y el hambre.
Poco fue lo que pude saber del encuentro, por ética, pero sí que quería estudiar. Supongo que contaría alrededor de 18 años, indocumentado y vivía no en el barrio, ni en la villa. Él estaba detrás, en la quema, sobre las ratas, donde las casillas no tienen número.
¿Cuánto podía esa mujer joven, con el beneficio de haber estudiado, hablarle de Freud, Lacan, del psicoanálisis, que sé que emplea como las condiciones lo requieren.

Me quedé en el prólogo que me refirió de la consulta, porque con ella y su conducta no hay acceso, justamente por principios. Mas en mi propia versión, imaginé su desolación. La de ella por no responder con las soluciones necesarias y la de él o los demás que los desespera por llegar a algún lugar, mientras la vida pasa al lado de ellos, con, “negro de mierda”,” ¿ por qué no trabajan”? ¿a qué vienen? ¿por qué no se quedaron en su provincia, en su país?
Y entonces como suelo recordar a menudo, pensé en mis abuelos catalanes ricos, que vinieron porque no acordaban con la política española y en los otros, italianos, que igual que ellos desembarcaron en tiempos de guerra, sabían de comer cucarachas o nada.
¡Cómo cambió la mirada hacia los inmigrantes de otras épocas con respecto de los de ahora! ¡Cuánta exigencia! ¡Cuánta indiferencia! ¡Qué discrimación incomprensible!


Tomé las palabras del escritor y sociólogo Mario Margulis “…si yo me permito ver al otro ( y el medio social lo hace posible), si cultivo una manera de relacionarme con el mundo que me permite ver al otro y reconocer al otro en su variedad, en su diversidad, en su diferencia conmigo, con mi medio, con mis costumbres, con mis pensamientos y estoy abierto a reconocerlo ( no lo menosprecio, no lo simplifico, no lo reduzco ) y lo acepto como diferente pero con iguales derechos; no lo reconozco benévolamente, condescendientemmente sino que lo reconozco como un semejante con igual dignidad que la mía, y aspiro a una sociedad donde esas diferencias se puedan desarrollar y legitimar, en ese caso contribuyo a generar las posibilidades para un propio desarrollo”.

Retorné al joven y no me animé a preguntar por él, ya que la consulta es confidencial e imaginé los ojos profundos, lustrosos, el hablar, los modales delicados y reverentes venidos del Inca y tuve vergüenza.