LÁPIZ Y PAPEL
Se recostó contra la ventanilla del tren. Creyó en un principio que escucharía el chucu chucu de aquella única vez que había viajado por ferrocarril a Molina, en Santa Fe.
Entonces tenía 18 años y en su cabeza bailaban miles de sueños.
Ida y vuelta agradable y con ganas de verlo.
Ahora, diferente. Más grande, en un silencio agradable, acompasado como un son cubano y silencio lleno de matices que oía mientras desfilaba el paisaje. Verde empalidecido, naranja como naranjo en madurez, violetas, celestes y amarillos que se besaban en su paleta junto a sus pinceles.
No podía ni quería quitar la vista del arte que pasaba a su lado, pero se distrajo. Mínima burbuja en el espacio, allí estaban.
¡Tan lindos los dos! ¡Mellizos? Sí. Iguales. Cinco años apenas. Jugaban con sus manitas, dedo con dedo y devenía un gesto, una mirada, una carcajada.
Precisaba lápiz y papel para plasmar a esos niños, la burbuja y el sonido del silencio y la bulla de las risas.
En el bolso encontró lo que necesitaba. Rápido su mano bosquejó los rulos, el óvalo de las caritas y los labios gordezuelos. Pasó de inmediato a los brazos pequeñitos y las manos regordetas, afiebrada, sin una tacha, con temor de que se fueran.
La belleza la había conmovido a tal extremo que no notó que quedó sola en el coche.
No se equivocó.
Se incorporó en la cama de su solitaria habitaciónen la que dormía a media luz por las noches.
Con languidez miró sus manos que hacía años no dibujaban porque la parálisis no se lo permitía.
Se recostó contra la ventanilla del tren. Creyó en un principio que escucharía el chucu chucu de aquella única vez que había viajado por ferrocarril a Molina, en Santa Fe.
Entonces tenía 18 años y en su cabeza bailaban miles de sueños.
Ida y vuelta agradable y con ganas de verlo.
Ahora, diferente. Más grande, en un silencio agradable, acompasado como un son cubano y silencio lleno de matices que oía mientras desfilaba el paisaje. Verde empalidecido, naranja como naranjo en madurez, violetas, celestes y amarillos que se besaban en su paleta junto a sus pinceles.
No podía ni quería quitar la vista del arte que pasaba a su lado, pero se distrajo. Mínima burbuja en el espacio, allí estaban.
¡Tan lindos los dos! ¡Mellizos? Sí. Iguales. Cinco años apenas. Jugaban con sus manitas, dedo con dedo y devenía un gesto, una mirada, una carcajada.
Precisaba lápiz y papel para plasmar a esos niños, la burbuja y el sonido del silencio y la bulla de las risas.
En el bolso encontró lo que necesitaba. Rápido su mano bosquejó los rulos, el óvalo de las caritas y los labios gordezuelos. Pasó de inmediato a los brazos pequeñitos y las manos regordetas, afiebrada, sin una tacha, con temor de que se fueran.
La belleza la había conmovido a tal extremo que no notó que quedó sola en el coche.
No se equivocó.
Se incorporó en la cama de su solitaria habitaciónen la que dormía a media luz por las noches.
Con languidez miró sus manos que hacía años no dibujaban porque la parálisis no se lo permitía.
Puff, Me bajaste de un plumazo, ¡¡que historia !!
ResponderEliminarsiempre nos atrapa el lado duro de la vida, antes había leido tu otro cuento, y éste me transportó a la realidad del dolor.
Simplemente bellisimo llegas a donde te lo propones,
Un abrazo amiga
María Rosa
María Rosa, amiga:
ResponderEliminarEl viaje de vuelta me provocó ciertas ideas para plasmarlas en pequeños e intrascendentes cuentitos, que como te darás cuenta, sí influyó el accidente.
LOindo todo lo tuyo, pero a veces no puedo entrar. Supongo que mi PC me está jugando mal o es mi inoperancia.
Un beso y un abrazo
Sonia