sábado, 14 de noviembre de 2009

¿MILONGA DESPERDICIADA?



A la Chola

Eran las seis de la tarde. Se decidió por la pollera marrón y la blusa beige. Dudó con los zapatos. ¿Los tostados lisos o los combinados? Mejor los lisos, tienen el taco más fino, se dijo. Un último toque al cabello en el espejo y otro a los labios. Le gustaba el rosado del rouge, regalo de su hija. Se vio bien.
No olvidarme de las llaves, se repetía. Estaba ansiosa. Después de todo ¿por qué? Si lo había hecho siempre. En cada fiesta familiar ella y él, el Cholo, eran aplaudidos y se lucían en los patios de las casas al compás de tangos, milongas o valsecitos. Especialmente de un tango. Los dos se ruborizaban con cierta vergüenza, eran chicos los hermanitos ¡y tan lindos y graciosos! decían todos. Ellos, al compás del dos por cuatro sentían el atractivo sutil de deslizarse como en las nubes. Se abstraían.
Pasados los años, en cada reunión de familia, marcaba con sus pies el compás de la música, lista para ser pareja. Por supuesto de los que mejor bailaran.

Ese día era de ansiedad. Como si hormigas diminutas la recorrieran. No olvidó las llaves. Cerró la puerta de calle y un poco andando otro poco caminando fue a la aventura. Quedaba en Carlos Calvo y Pasco, su barrio. Aquí es, dijo en voz baja. Leyó la chapa ostentosa en la pared que llamaba brillante con letras grandes, azules sobre blanco. Gladys y Pablo – Profesores – Tango.
Entró como camino al cadalso, María Antonieta al degüello. ¿Qué le pasaba? Si había bailado toda la vida, si el tango mordía sus entrañas. Si no podía evitar los ojos mojados y la voz quebrada acompañando a un cantante. Si era profesora de piano. Le latía el corazón.
En un hall lleno de afiches, Troilo, Pugliese, D´ Arienzo, su Hugo Del Carril la miraban. Éste le decía con un guiño, ¿ahora te achicás, Chola? Para vos esto es nada. Se contestó, tengo que quedarme tranquila. Sí, no pasa nada. Horacio decía que yo me lucía en la pista.
Mujeres grandes, muy grandes, esperaban sentadas. Claro, era un Centro de Jubilados. Mujeres con sonrisas esbozadas.
- ¿Tu nombre?
- Nélida.
Y los nombres de cada una presentándose. Y la rueda siguiendo las órdenes.

- Un paso adelante, otro atrás, en círculo. Tomate del hombro de la de adelante, en círculo.
Como en la arena del circo. Se incomodó.
El tango. ¿Dónde estaba su tango? La voz cálida seguía marcando.
- Uno atrás, otro adelante.
La Yumba atronó en el salón, la ubicó en tiempo y espacio.

Ahí estaba el tango. Pablo delicado y firme la tomó de la cintura. Se desprendió al instante como en un vuelo, con la soltura y gracia del ave. Atrás, lejos, quedaron las otras alineadas y sus pies no dieron tregua a los acordes, con los pasos ajustados al ritmo que la envolvía. Su porte y su elegancia silenciaron los murmullos. Era Nélida, la Chola bailarina de tango, la Chola romántica, la Chola soñadora. La de siempre.
Se despidió. Sin ansiedad. Sin hormigueo.
Pasos cortos la llevaron tarareando La Yumba de regreso a la casa de ella y de Él, Horacio, el amor de su vida que hoy no está y seguro le diría - con tus ochenta y dos no ibas a dejar esa milonga desperdiciada.
Y entró a su casa.






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