miércoles, 2 de diciembre de 2009

CAMPANILLA SIN PERFUME

Era una campánula, un botón de campanilla en el alambrado interminable de una quinta.
Se dio cuenta que “era”, porque asomaba pequeñita entre el verdor que la rodeaba. Y el verde era verde, muy verde aunque no supiera qué era el verde.
¿Qué soy? se preguntó ¿cómo estoy aquí? Le indagó entonces con vocecita muy leve a algo muy oscuro que dormía a su lado. ¿Acabo de nacer? ¿Podrías decirme qué o quién soy?
La hoja cetrina que sesteaba con placidez gatuna, miró a la miniatura que inquiría y volviéndose a esa pequeñez le dijo – me parecés un diminuto cencerro, no distingo tu color. Tu contorno sí. Es acampanado, mejor, campanudo. A pesar de mis dudas se me ocurre que sos una flor. Preparate, serás rimbombante. - Rimbombante, dijiste, ¿qué quiere decir esa palabra?, respondió el botón. - Quise decir llamativa. Pertenecés a la familia, naciste entre nosotros. Nuestra tarea es tapar los cercos, enredadas, para que no se vea. - ¿No se vea qué? Insistió ella. – Muchas preguntas en tan poco tiempo, yo en tu lugar me escondería, acotó su vecina y agregó, ya veo aparecer tu color definitivo, ya asoma el violeta bordeando el lila que te descubre, pequeño pimpollo de campánula.
La campanilla pasó un par de días mientras crecía atemorizada, escondida entre el follaje, en su recelo de mostrarse. Su corola y sus pétalos se humedecían apenas con las gotas de rocío, tal era su afán por ocultarse.
Su parienta verde dormida in eternum le contó que una señora japonesa, japonesa por sus ojos lisos como la línea del alambrado que manos muy fuertes con ruidos filosos sesgaban muy seguido, la señora japonesa, se detuvo una mañana y observando tanto verdor y al descubrir su color exclamó, ¡hola! acá hay una campanilla de los cercados, florecen varias ipomoeas tricolor.
- ¿Te das cuenta pimpollito?, nos miran personas extrañas y nos nombran con palabras que desconocemos. La rara señora también dijo y escuché bien, continuó la verde hoja sabihonda, que las flores de nuestra familia, como vos, se llaman “de la esperanza “y llevan un mensaje a quien las toque y cuando eso ocurre saben decir “compadeceme”.
La naciente campanilla violeta alilada aprendió mucho en escaso tiempo, disimulada en medio de la enredadera.
Mas los hados le fueron nefastos. Poco tiempo tuvo de brillo y esplendor. El violeta alilado de sus ropas de fino terciopelo fue a parar a manos de la dueña de la cerca que la arrancó del tronco madre y la estrujó luego de olerla, al percibir que no tenía aroma.
La campanilla quiso decir esperanza. En su último minuto de grandiosidad pudo susurrar “compadeceme”.

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