domingo, 6 de junio de 2010

LAS OTRAS VÍCTIMAS


HIJA

Zulma Fraga

Yo andaba cerca de los treinta en diciembre, cuando mi mamá cumplió cincuenta años. Tengo una foto de ese día entre las manos, mientras espero los resultados. Hace casi una semana que no puedo comer, y si como vomito, y tengo los intestinos dados vuelta. Me parece que nunca me había sentido tan mal en toda mi vida, y no sé muy bien por qué traje precisamente esta foto, pero mirarla me da un poco de sosiego, por lo menos me para algo este desorden de las tripas. Está en la playa, con Silvia y Marcela y se la ve espléndida, con una bikini turquesa y ese pelo maravilloso, lleno de rulos, de un rubio apenas rojizo. Había encontrado la tintura justa para mantenerlo de su color original y como era pequeña, menuda y andariega, tenía un cuerpo que sostenía bellamente ese traje de baño bastante descarado, pienso ahora, quizás porque al mismo tiempo pienso que mi cuerpo de hoy, más joven que el de ella entonces, no soportaría esa exposición. Mi cuerpo, el cuerpo de mi madre.
Debería haber estado ahí, con ellas tres, que funcionaban como hermanas y me habían cuidado y amado en bloque desde que mis padres se separaron. Debería haber estado ahí, y esto me lo he reprochado tanto que no entiendo por qué ahora siento otra vez de un modo tan vivo la culpa. Ella dijo: alquilé una casita en la playa, con las chicas, podrías venirte aunque sea unos días y contesté no creo que pueda, vos sabés cómo ando. Preferí no verle los ojos ni escuchar su desilusión cuando dijo bueno, está bien, pero si te podés escapar me gustaría mucho. Preferí pensar que habría otros cumpleaños, aunque no estuviera para sus cincuenta. Sé, sin embargo, aunque ni Silvia ni Marcela me lo dijeron, que debe haber mantenido la ilusión intacta todo el día, con el corazón a los saltos esperando verme aparecer en la playa. Me pregunto, me pregunté tantas veces cómo clausuró ese día, si me perdonó con su indulgencia fácil, o si pensó, como yo pienso, que era algo que le debía y que tendría que haber estado.

Nos habíamos llevado siempre bien y nos queríamos alegremente, pero ese último tiempo estaba un poco alejada, había terminado mi licenciatura y quería hacer un Master fuera del país, toda mi energía estaba puesta en conseguirme una beca que acababa de salir y yo andaba a lo loco organizándome para el viaje.
En esta foto vuelvo a verla muy bonita, me lo parecía entonces, y de chica, cuando iba a la escuela, mi mamá, con esa cabeza dorada maravillosa y los ojitos verdes, siempre me pareció la más linda de todas. No recuerdo haberla visto con mucho más que jeans y remeritas, o en el hospital de uniforme, nunca tuvo mucha plata para ropa, ni tampoco le daba importancia, siempre sentí que se adornaba con ella, con su alegría, con su impulso generoso para vivir, y que no precisaba nada más. Cuando se separó de papá fuimos a vivir a una casita pegada a la de Marcela, que estaba casada, no trabajaba y tenía dos chicos más o menos de mi edad, de modo que era fácil dejarme ahí, o con Silvia, que era una fantástica tía de fin de semana, cuando mamá tenía guardia o le suspendían algún franco. Pero en cuanto me recibí, ella se compró un departamento de un ambiente y me dio plata para que yo me comprara otro y pudiera vivir sola. Algo tuvo ella siempre y era que no se aferraba, me soltaba todo el tiempo, pero haciéndome saber que estaba ahí.
Entonces, no fue muy raro que esos quince días de marzo, cuando yo estaba por irme, no la hubiera visto para nada, ni hablado por teléfono, la llamé unas veces y no había nadie, o el teléfono no andaba, porque eso pasaba muy seguido, tenía un buscapersonas por el trabajo y creo que le dejé un mensaje, era partera de un par de obstetras importantes y hacía buena diferencia con esos partos, estaba poco en su casa y al hospital no me gustaba llamarla, nunca era buen momento. Quizás debí preocuparme de que no llamara ella, no era su estilo, por ocupada que estuviese, pero los días se me pasaron volando, y creo que en el fondo no quería que me propusiese un encuentro, una cena, un cafecito.
Pero después empecé a llamar, y el mismo día que me iba, me atreví con el hospital. Alguien contestó “no vino” y llegué a su departamento. Había cartas y cuentas bajo la puerta, como de varios días, su orden escrupuloso, la cama sin tender, una taza con un sedimento reseco en la pileta de la cocina. Sonó el teléfono. Una voz de mujer dijo mi nombre, y esto: andáte ya de ahí, tomá tu avión, no busques a tu mamá, nosotras estamos en eso. Salí de ahí ya. Y colgó. Dijo: salí de ahí ya. Dijo: nosotras. Mi pánico fue tal que lo único que pude hacer fue agarrar el portarretrato con esta foto de mi mamá que ahora tengo en las manos, y que después, en tiempos desesperados, entendí que era la última; salí corriendo sin poner llave, fui a mi casa, saqué las valijas y me instalé en el aeropuerto, sola, hasta la hora de irme.

Hice mi master y me fui a trabajar a Roma. Silvia y Marcela me escribían, contaban banalidades y me decían no vengas. Alguien me visitó al poco tiempo de mi partida, un hombre mayor, de palabras pausadas. Habló del hospital, de muchachas que parían encadenadas, de niños entregados a otras manos. Dijo que mi mamá avisaba a las familias de esos nacimientos.
Perdí una clase de vida. Soy la que viaja, la que siempre puede ser enviada a cualquier país, la que no echa raíces, ni hace pareja estable, ni tendrá hijos. Vivo más en hoteles que en mi propio departamento de Roma, pero allí estaba hace una semana cuando me avisaron que habían encontrado una fosa común y que uno de los cuerpos podría ser el de mi madre.
Yo pensé su pelo maravilloso, lleno de barro. Es lo único que puedo pensar, mientras sigo sintiendo, como desde hace ocho años, que la que estaba ahí para siempre un día se perdió en la nada, y espero los resultados con esta foto entre las manos y los intestinos dados vuelta.

1 comentario:

  1. ESTE CUENTO TAN REAL, ESPECIALMENTE, ACTUAL, MUEVE MIS ENTRAÑASDE TAL MANERA, QUE PEDÍ AUTORIZACIÓN A LA ESRITORA ZULMA fRAGA, PARA ENGALANAR CON ÉL, MI BLOG.
    soniacautiva

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