miércoles, 21 de octubre de 2009

ELIGIÓ BELGRANO



...esta sala de espera sin esperanza,
estas pilas de timbre que se secó...
J.Sabina

Solía tenderse un rato en el patiecito, para sentir cuando salía, la caricia del sol de la mañana. Formaba parte de su ritual. La ducha confortante después si tenía alcohol para el calentador, el jarro de mate cocido para refrescar su garganta, la elección de su escaso vestuario y salir a la vida.
Era todo lo que precisaba para armarse y tener ganas de sacar fotografías puerta por puerta. Aprendió el oficio viendo. Empezó con una camarita prestada. Cuando pudo se compró una, no como las modernas, pero era pasable. Revelaba las fotos en casa del primo Roly que era quien le enseñaba todo lo que sabía.
Esa mañana el calor la aturdía, las ropas se le pegaban al cuerpo y ella tarareaba…esta sala de espera sin esperanza, estas pilas de timbre que se secó… ¡Como le gustaba Sabina! Jamás podría ir a escucharlo cantar. Tenía tanto que pagar con lo que ganaba con las fotos, que la compra de una entrada para verlo era una utopía por demás estúpida.
Decidió ir por Belgrano. Bajó del colectivo en Cabildo y Juramento y enfiló para las Barrancas. Nunca había visitado ese barrio. Medio chetón, se dijo mientras caminaba por 11 de Setiembre. Las casas eran señoriales.
Al toque del tercer timbre, los tres negativos, la señora no está, la señora no puede atenderla, estoy sola…ya quería volverse. Pero se acordó que tenía que pagar la luz y Vero estudiaba de noche, no fuera cosa que se la cortaran.
Se volvió hasta la plaza con una iglesia imponente, redonda, al lado de una confitería con mucha gente al sol y plagada de palomas. Le hubiera gustado sentarse y tomar un café repatingada en los sillones que ostentaban confort. No se sentó. Se mintió que las palomas picoteando las mesas eran asquerosas, igual no tenía plata. Mejor echarles la culpa a las palomas.
Volvió por O’Higgins y de un remise bajó una chica, una chica joven como ella, melena rubia al viento, con unas botas impresionantes, cara enfurruñada, empujándola, con apuro, sin mirarla. Corrió, voló, desapareció por Juramento.
Yessica, con sus jeans gastados, su pelo bien corto, el cuerpo chiquito y la cámara apretada a su pecho quedó tambaleando por el envión recibido.
Se recuperó enseguida, para eso iba con sus zapatos chatos. Miró alrededor. No pudo compartir miradas. Ni siquiera con el perrito que pasó ligero.
En el encontronazo se le había caído la carpeta con las muestras. Se agachó y dos hojitas sueltas al lado de su carpeta la miraban con insolencia.

El sábado fue al Gran Rex con Vero a ver al Sabina de su corazón.

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